lunes, enero 09, 2006

Recuerdos de un niño bueno 09/02/2005

RECUERDOS DE UN NIÑO BUENO
Quién pudiera no morirse del todo para así ver lo que ocurre en los dos sitios, dijo el filósofo, para ir segregando los pasajes de la vida, que por la edad tan lejana en el tiempo a veces se difumina en la memoria e impide observarlo con nitidez. Todo esto sin alargar los días, sino mejorarlos; recordar cuando acompañaba a un amigo, el hondero experto que manejaba la honda mejor que nadie. Donde decía que iba a dar la piedra, allí resonaba como un proyectil. Era un niño que contaba con cierta gracia sus impresiones, exagerando y rellenando con historias y fantasías imaginarias todo lo que en su corta vida había visto. Poco tiempo después se convirtió en un pozo de angustias y de penas lloradas por la pérdida de su madre, muerta cuando apenas lo vistió de marinero para cumplir su comunión, siendo la que comprendía y aceptaba sus “rarezas” que él, por su corta vida, no lograba descifrar. Cuando a la fuerza se hizo adulto imberbe le sirvió de base para que su memoria en la adultez madura fuese su mejor compañera. Los ojos se le convirtieron en una engañosa expresión melancólica, y su cabeza que de niño fue rizada se transformó en ondulaciones grises en su cuerpo enjuto de campesino constantemente bañado por el sol andaluz. Él pasea en la actualidad por las calles de Melilla ensimismado en sus edificios neoclásicos que entonces no entendía, ni tampoco su amigo; los edificios estaban allí y para ellos era lo más natural; recordando los vasos de leche con bollos pegados a un papel que se tomaba en “La Cabaña” frente a la Comandancia; cuando se comía los dátiles ásperos del Parque Hernández observando los patos y los niños litris patinadores; camina por sus barrios del extrarradio, donde bailaba con la música de un “pickú” en algún patio de vecinos intentando que una muchacha comprendiera su pena escondida en su alma solitaria llena de incertidumbres, mientras su amigo robaba el beso deseado a su pareja de baile. Su recuerdo del Puerto cuando se entretenía en observar a los pescadores de caña que solo lograban recoger alguna que otra “lisa” con olor a gasoil, sonriendo cuando su amigo llevaba en un saco escondido un gato, que soltaba a pocos metros del pescador, despotricando éste de la acción y acto seguido recoger sus arreos y caminar en dirección al Mantelete, siempre volviendo la mirada y soltando los peores improperios hacia ellos, cuando él no tenía culpa alguna, sino que era su bromista amigo; pero lo más importante, decía, era el recorrido por El Pueblo, por sus calles medievales donde los felices alumnos de Marte antaño con candidez se contoneaban pisoteando airosamente sus adoquines, decía. A modo de disculpa, como si fuese un pecado cometido durante su vida toda llena de bondad, le comentaba a su amigo que cada uno debe tener su propia sexualidad y nada de lo real debe ser humillado con la homofobia. Hoy ese amigo sabe que la luz de sus pensamientos iluminan toda su alma, sin dejar ningún resquicio a oscuras, comentándole lo que el Padre Coloma llamaba, “La LLamada Divina”: “Más Jesús volvió el rostro ya sereno; sonó una voz como viento perfumado, mostró el alma sus huellas y dijo: <pon tus pies en mis pisadas y no te herirán las espinas>”. Con esto su amigo le ofrece su apoyo más firme sabiendo que si alguna vez tuvo miedo era natural por su prudencia, pero actualmente el saberlo vencer es un verdadero valiente.
Su amigo le desea lo mejor doblado por mil.

Juan J. Aranda
Málaga febrero 2005